jueves, 11 de abril de 2013

Pascua y Misericordia


Queridos hermanos en el Señor, el día que el Papa tomó posesión de la cátedra del obispo de Roma (San Juan de Letrán) en su homilía habló de algo que considero importante y que puede ayudarnos en nuestra vida espiritual: el constante regreso al Padre y a su misericordia. Las palabras del Papa son de una gran claridad, por eso no hace falta más presentación: «La paciencia de Dios debe encontrar en nosotros la valentía de volver a Él, sea cual sea el error, sea cual sea el pecado que haya en nuestra vida (…) Es precisamente en las heridas de Jesús que nosotros estamos seguros, ahí se manifiesta el amor inmenso de su corazón. Esto es importante: la valentía de confiarme a la misericordia de Jesús, de confiar en su paciencia, de refugiarme siempre en las heridas de su amor. San Bernardo llega a afirmar: «Y, aunque tengo conciencia de mis muchos pecados, si creció el pecado, más desbordante fue la gracia[1]. Tal vez alguno de nosotros puede pensar: mi pecado es tan grande, mi lejanía de Dios es como la del hijo menor de la parábola, mi incredulidad es como la de Tomás; no tengo las agallas para volver, para pensar que Dios pueda acogerme y que me esté esperando precisamente a mí. Pero Dios te espera precisamente a ti, te pide sólo el valor de regresar a Él. Cuántas veces en mi ministerio pastoral me han repetido: «Padre, tengo muchos pecados»; y la invitación que he hecho siempre es: «No temas, ve con Él, te está esperando, Él hará todo». Cuántas propuestas mundanas sentimos a nuestro alrededor. Dejémonos sin embargo aferrar por la propuesta de Dios, la suya es una caricia de amor. Para Dios no somos números, somos importantes, es más somos lo más importante que tiene; aun siendo pecadores, somos lo que más le importa». Que encontremos un poco de tiempo para reflexionar en esto, para darnos cuenta del inmenso amor que el Padre nos tiene y que confiemos en Él siempre. Es ahí, en la confianza en su amor y su infinita y cariñosa paciencia donde está el fundamento de nuestra espiritualidad, donde encontramos la alegría necesaria para seguir viviendo, como decimos al rezar la Salve a la Virgen, en éste valle de lágrimas P. Agustín, párroco.




[1] Rm 5,20

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