lunes, 23 de julio de 2012

La educación de los hijos (IV)

Otro tema importante en la educación de los hijos es la educación de las emociones, de la afectividad, del corazón. Es tarea de los papás, con la ayuda de Dios y de la Iglesia, el hacer en los hijos un corazón grande, capaz de amar de verdad a Dios y a los hombres, capaz de sentir las preocupaciones de los que nos rodean, saber perdonar y comprender. Si los hijos se ven queridos incondicionalmente todos los días, si aprecian que obrar bien es motivo de alegría para sus padres, y que sus errores no llevan a que se les retire la confianza, si se les facilita la sinceridad y que manifiesten sus emociones… crecen con un clima interior habitual de orden y sosiego, donde predominan los sentimientos positivos: comprensión, alegría, confianza. Nada ayuda más a que en los hijos los afectos maduren que dejar el corazón en el Señor y en el cumplimiento de su voluntad, por eso es bueno ayudarlos a luchar contra la vanidad,  moderar el apetito en las comidas, ser pacientes con todos. Para todo esto la amistad con el Señor Jesús es el mejor lugar. Enseñar a los hijos desde pequeños a querer a Jesús y a su Madre con el mismo corazón y manifestaciones de cariño con que quieren a sus padres en la tierra favorece, en la medida de su edad, que descubran la verdadera grandeza de sus afectos y que el Señor se introduzca en sus almas. Un corazón que guarda su integridad para Dios, se posee entero y es capaz de donarse totalmente, primero a la familia –papás y hermanos-, luego a los amigos o compañeros de trabajo, y después al hombre o a la mujer que se elijan entre los demás para formar una nueva familia. Educar a los hijos produce muchas satisfacciones, pero también sinsabores y preocupaciones no pequeñas. No hay que dejarse llevar por sentimientos de fracaso, pase lo que pase. Al contrario, con optimismo, con fe y con esperanza, se puede recomenzar siempre. Ningún esfuerzo será vano, aunque pueda parecer que llega tarde o no se vean los resultados. La paternidad y la maternidad no terminan nunca. Los hijos están siempre necesitados de la oración y del cariño de sus padres, también cuando ya son independientes. La Virgen no abandonó a Jesús en el Calvario. Su ejemplo de entrega y sacrificio hasta el final puede iluminar esta apasionante tarea que Dios encomienda a las madres y a los padres. Educar para la vida: tarea de amor P. Agustín 

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