sábado, 26 de noviembre de 2011

I DOMINGO DE ADVIENTO


Queridos hermanos en el Señor: celebramos hoy el primer domingo del tiempo de Adviento, y resuenan las palabras que san Pablo dirige a los cristianos de Roma:  «Ya es hora de despertaros del sueño»[1]. Muchas personas –incluso en nuestra misma familia- viven de noche y duermen de día. Durante la noche se entregan a cosas que no son propias de un cristiano.  Luego, durante el día, están demasiado cansados para pensar en cosas trascendentales, como el sentido de la vida. Curiosamente, esas frenéticas actividades de la noche, realizadas en la oscuridad o entre luces artificiales, son para el apóstol imágenes del sueño que embarga al hombre cuando vive de espaldas a la amistad con Dios. Por eso nos invita a despertarnos y a dejarnos iluminar por Aquél que viene para salvarnos. Si lo pensamos bien, todos vivimos un poco adormilados. También los que pasamos la noche en casa y de día vamos a la Iglesia. ¿Quién puede afirmar que nunca se deja tentar por las comilonas y borracheras, por la lujuria y el libertinaje, por las envidias y rivalidades? A cada uno le aprieta el zapato por un sitio, es decir, ninguno estamos totalmente libres del pecado. San Pablo nos recuerda que «nuestra salvación está ahora más cerca que cuando nosotros empezamos a creer». Esto significa que aún no estamos totalmente redimidos, que la obra de la salvación ya ha comenzado en nosotros, pero aún no ha llegado a su plenitud. Y alguno podrá decir: “Oiga, pero entonces, ¿para qué ha venido Cristo? ¿No decimos que Él ya nos ha salvado, ya ha vencido al pecado y a la muerte, ya nos ha otorgado la vida del cielo?”. Sí. Esto es verdad, Cristo ya nos dio la salvación pero mientras vivimos esta vida, siempre estamos en peligro de equivocar el camino, de permitir que las tinieblas confundan nuestros pensamientos, de perder las ilusiones, de cansarnos de esta luz que siempre nos exige más y nos invita a no darnos nunca por satisfechos.

San Pablo nos recuerda que en nuestra propia vida personal el día está del encuentro definitivo con el Señor está más y más cerca. Si se nos invita a despertarnos del sueño, es para que podamos descubrir la claridad del que nos trae la salvación, para que podamos acoger la Vida que se nos ofrece par poder darnos un abrazo con Él, un abrazo que durará para siempre. Queridos hermamos en el Señor, no desperdiciemos éstas hermosas semanas de preparación. Guardemos silencio y atentamente escuchemos la voz del Señor que ya pronto viene a salvarnos P. Agustín, Párroco.


[1] Rm 13, 11-14

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