miércoles, 13 de octubre de 2010

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario


La Iglesia Católica, queridos hermanos y hermanas, la doctrina de la Iglesia sobre el aborto es muy clara. Un aborto es la muerte provocada del feto, realizada por cualquier método y en cualquier momento del embarazo desde el instante mismo de la concepción. "Dios, Señor de la vida, ha confiado a los hombres la excelsa misión de conservar la vida, misión que deben cumplir de modo digno del hombre. Por consiguiente, se ha de proteger la vida con el máximo cuidado desde la concepción; tanto el aborto como el infanticidio son crímenes abominables"[1]. Todo hombre y toda mujer, si no quieren negar la realidad de las cosas y defienden la vida y la dignidad humanas, han de procurar por todos los medios lícitos a su alcance que las leyes no permitan la muerte violenta de seres inocentes e indefensos. Como católicos tenemos la obligación de oponernos frontalmente al aborto porque sabemos que la dignidad de la persona humana tiene su más profundo fundamento en el hecho de ser hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, que quiso ser hombre por amor a todos. Por eso los católicos, si vivimos nuestra fe, valoramos en toda su dimensión el drama terrible del aborto como un atentado contra esta dignidad sagrada. No podemos olvidar que el olvido de Dios lleva con más facilidad al olvido de la dignidad humana. ¿Y no es la doctrina católica sobre el aborto una dura doctrina, que muy pocos podrán seguir? Casi con estas mismas palabras replicaron los contemporáneos de Jesús cuando oyeren su predicación. Y el mismo Jesús nos dijo que hay que seguir el sendero estrecho para llegar al Reino de los Cielos. Seguir a Cristo en Su Iglesia no es fácil, pero con la Gracia de Dios se allana el camino y se superan las dificultades, por grandes que parezcan. También nos dijo Jesús que fuéramos a Él con confianza, y Él nos aliviaría de nuestras angustias. La doctrina católica sobre el aborto no proviene de la voluntad de la autoridad eclesiástica, sino que está fundamentada en lo más profundo de la naturaleza de las cosas queridas por Dios, que se expresa en la Ley que Él nos ha dado a conocer, y que la Iglesia tiene la misión de transmitir a los hombres y mujeres del mundo. Pero la Iglesia cumple también con su deber siendo el ámbito en que los cristianos pueden fortalecer mejor su fe y ser ayudados y estimulados a vivir más intensamente su vida cristiana. ¿Qué hemos de hacer como católicos para defender la vida? Lo primero tomar conciencia de que estamos vivos. Sólo afirmaremos la vida de otros si nosotros percibimos la nuestra en toda su grandeza y si nuestra conducta es coherente con nuestra convicción. El ejemplo de Jesús, tomando en serio a cada una de las personas que se encontraba, debe servirnos para que todos los que se crucen en nuestra vida se sientan valorados. Lo que también debemos hacer es tener una actitud abiertamente Pro-vida, y si conocemos a alguien que haya sufrido la tragedia del aborto, debemos sugerirle con cariño y compasión que acuda cuando antes a un sacerdote para que, haciendo una buena confesión, recupere la gracia perdida y vuelta a la comunión con Dios que le estará esperando con los brazos abiertos. Digamos sí a la vida y NO al aborto P. Agustín, Párroco.


[1] Gaudium et Spes n. 51, 3

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