miércoles, 12 de diciembre de 2012

Las antífonas de la O


Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor, ya muy cerca de la Solemnidad de la Natividad del Señor, y para calmar el la impaciencia de nuestro espíritu, la Iglesia, que es Madre y Maestra, nos regala la alegre fiesta de la Expectación del parto o la espera del divino alumbramiento. Esta fiesta fijada en el 16 de diciembre, continúa hasta Navidad, sin embargo a partir de éste día la Iglesia canta en las Vísperas las grandes antífonas. Se llaman popularmente antífonas de la O, o las O de Navidad, porque principian con esta invocación. Estas antífonas expresan por su variedad las diferentes cualidades del Mesías y las diversas necesidades del linaje humano.
El hombre está, desde la caída de Adán y Eva, privado casi de razón y sin gusto hacia los verdaderos bienes; su conducta inspira compasión y necesita la sabiduría, así la Iglesia la pide para él con la primera antífona: O Sapientia: ¡Oh Sabiduría que saliste de la boca del Altísimo, que alcanzas tu fin con fuerza, y dispones todas las cosas con dulzura! Ven a enseñarnos la senda de la prudencia”.
El hombre es desde su caída esclavo del demonio, y tiene necesidad de un poderoso Libertador. La Iglesia lo pide para él con la segunda antífona: O Adonai: "¡Oh Dios poderoso y guía de la casa de Israel, que te mostraste a Moisés en la zarza encendida y le diste a ley del Sinaí!"Ven a rescatarnos con el poder de tu brazo”.
El hombre desde su caída necesita un Redentor. La Iglesia lo pide para él en la tercera Antífona: O radix Jesé: “¡Oh raíz de Jesé, que está expuesta como una bandera a los ojos de las naciones, ante la cual guardarán silencio los reyes, y a la que ofrecerán los gentiles sus oraciones! ven a rescatarnos, no tardes”.
El  hombre es desde su caída preso del error y de la muerte, y necesita una llave para salir. La Iglesia la pide con la cuarta antífona: O clavis David: “¡Oh llave de David, que abres y nadie cierra, que cierras y nadie abre! Ven y saca al preso de la cárcel, al desgraciado que yace en las tinieblas a la sombra de la muerte”.
El hombre está ciego desde su caída, y necesita un sol que le ilumine. La Iglesia lo pide para él con co la quinta antífona: O Oriens; ¡Oh Oriente, esplendor de la luz eterna y sol de justicia! Ven y alumbra a los que yacen en las tinieblas y en la sombra de la muerte.”
El hombre desde su caída necesita un santificador, un fuego que lo purifique. La Iglesia lo pide por él con la sexta antífona: O Sancte Sanctorum: ¡Oh Santo de los Santos, espejo sin mancha de la majestad de Dios e imagen de su bondad! Ven a destruir la iniquidad y traer la justicia eterna”.
El hombre desde su necesita un restaurador, alguien que lo restañe. La Iglesia lo pide para él con la séptima antífona: O Rex gentium: ¡Oh Rey de las naciones, Dios y Salvador de Israel, piedra angular que unes en un solo edificio a los Judíos y a los gentiles! Ven y salva al hombre que has formado del barro de la tierra”.
El hombre desde su caída  ha doblegado la cabeza bajo el yugo de todas las tiranías, y tiene necesidad de un legislador equitativo. La Iglesia lo pide para él con le octava antífona: O Emmanuel: “¡Oh Emmanuel, nuestro rey y Legislador, expectación de las naciones y objeto de sus deseos! Ven a salvarnos, Señor Dios nuestro”.
El hombre desde su caída es una oveja expuesta al furor de los lobos, y necesita un Pastor que le defienda y le guíe a buenos pastos. La Iglesia lo pide para él con la novena antífona: O Pastor Israel: “¡Oh Pastor y dominador de la casa de David! Tú que eras en el principio desde el día de la eternidad, ven a apacentar a tu pueblo en toda la extensión de tu poder, y reina sobre él en la justicia y la sabiduría!”
Una de las mejores preparaciones para la fiesta de Navidad es el repetir con frecuencia estas bellas antífonas, empapándonos en los sentimientos que expresan. Si queremos pasar santamente el tiempo del Adviento, unamos nuestros suspirosa los de la Iglesia, los Patriarcas, los Profetas y justos d la antigua Ley; adoptemos alguna de sus ardientes palabras; que sea nuestra oración jaculatoria de cada día, y si es posible, de cada hora del día.  Unamos a la oración u recogimiento mayor, una vigilancia mas continua; descendamos con más frecuencia al fondo de nuestra alma, a fin de purificarla y embellecerla pensando que debe ser la cuna del Niño divino. Sin embargo, la gran preparación es renunciar al pecado, al pecado mortal especialmente, pues ¿qué puede haber de común entre el Hijo de María y un corazón manchado de iniquidades?
Escuchemos a san Carlos exhortando a su pueblo a santificar el Adviento, y apropiémonos de las palabras del gran Arzobispo: “Durante el Adviento debemos prepararnos para recibir al Hijo de Dios que abandona el seno de su Padre para hacerse hombre, y platicar nosotros; es preciso destinar un poco del tiempo que consagramos a nuestras ocupaciones a meditar en silencio sobre las preguntas siguientes: ¿Quién es el que viene? ¿De dónde viene? ¿Cómo viene? ¿Cuáles son los hombres para los que viene? ¿Cuáles son los motivos y cuál debe ser el fruto de su venida? Cifremos en él nuestras aspiraciones todas a imitación de los justos y Profetas del Antiguo Testamento que por tanto tiempo le esperaron, y para abrirle el camino de nuestro corazón purifiquémonos por medio de la confesión, el ayuno y de la comunión”. Con la esperanza alegre de la venida de nuestro Señor les envío un cálido abrazo y la bendición para cada uno y sus familias Fr. Agustín, Párroco.  

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