viernes, 29 de junio de 2012

La educación de los hijos (I)


Queridos hermanos en el Señor, en la edición en inglés del Pastor’s Bench hablaremos a lo largo de las siguientes semanas sobre la importancia de la Misa. En la edición en español –justo porque ya hemos hablado aquí, antes, de la Misa- hemos pensado que sería oportuno hablar sobre cómo educar a los hijos en la libertad. Dios ha querido crear seres libres, con todas sus consecuencias y como un buen padre, nos ha dado la ley moral puesta en nuestro corazón para que podamos utilizar correctamente la libertad. De algún modo, se puede decir que el Todopoderoso ha aceptado someter sus propios designios a la aprobación del hombre; que Dios condesciende con nuestra libertad, con nuestra imperfección, porque prefiere nuestro amor libremente entregado a la esclavitud de un títere; prefiere el aparente fracaso de sus planes a poner condiciones a nuestra respuesta. El sacrificio de la Cruz es la muestra más grande de hasta qué punto Dios está dispuesto a respetar la libertad humana; y si Él llega a esos extremos ¿quién soy yo para no hacerlo? En otras palabras: querer a los hijos es querer su libertad. Del mismo modo que una planta no crece porque la estire o le grite el jardinero, sino porque hace suyo el alimento, la luz del sol, el aire, etc. así el ser humano progresa en la medida en que asume libremente el modelo que inicialmente recibe de Dios y de los papás. Por eso, «los padres que aman de verdad, que buscan sinceramente el bien de sus hijos, después de los consejos y las consideraciones oportunas, han de retirarse con delicadeza para que nada perjudique el gran bien de la libertad, que hace al hombre capaz de amar y de servir a Dios. Los papás deben recordar que Dios mismo ha querido que se le ame y se le sirva en libertad, y respeta siempre nuestras decisiones personales».  Día a día los papás han de saber invitar a sus hijos a usar de sus capacidades, de modo que crezcan como personas de bien. Quizá se presenta una buena ocasión cuando piden permiso para determinados planes; entonces, puede ser oportuno responder que es él –el hijo o la hija- quien ha de decidir tras meditar todas las circunstancias del caso y decidir si le conviene o no ir a ése lugar, gastar ése dinero, etc. Seguiremos hablando de esto en las próximas semanas. Por el momento hay mucho qué pensar P. Agustín 

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