Hace algunos años, en 1982 para ser
exacto, Juan Pablo II resumía la identidad de nosotros los sacerdotes en tres
palabras: “llamados, consagrados,
enviados”. Esta triple dimensión explica y determina la identidad del ya
sacerdote, y perfila la del seminarista camino a las sagradas órdenes. Sí,
somos –y debemos decirlo con humildad pero con buen y sano orgullo-
depositarios de la salvación para los hombres, testigos de un Reino que se
inicia en este mundo, pero que llegará a su perfección en el más allá. No debemos olvidar nunca que lo que se nos
pide a los sacerdotes en estos tiempos tan difíciles por los que atraviesa el
mundo y la Iglesia es que demos a Jesucristo, con nuestras palabras y sobre
todo con el ejemplo de nuestra fe. ¿Qué significa ser sacerdote hoy? Como
siempre, ser sacerdote es aceptar el compromiso de vivir completamente al
servicio de Dios, extendiendo su Reino en el mundo. Pueden cambiar las
circunstancias, lo que no cambia es la elección que Cristo ha hecho de nosotros
desde la eternidad. Somos los mensajeros
de un anuncio que el mundo necesita. Nuestro trabajo es ante todo de orden
espiritual y seremos tanto más eficaces cuanto más estemos unidos a la Vid
verdadera, que es Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
Escribo esto porque quiero dar
las gracias a cada uno de los miembros de la comunidad parroquial por la gran cantidad
de muestras de cariño y regalos en éstos días de Navidad y año nuevo. Gracias.
Gracias sinceras y de todo corazón. Y una vez más les pido la ayuda de sus
oraciones para que su servidor y todos los sacerdotes del mundo –especialmente
los de San Antonio y Aguascalientes- renovemos el deseo de una vida santa para
Gloria de Dios y bien de las almas; que los seminaristas renueven su deseo de
seguir caminando, firme y decididamente hacia sacerdocio y que los jóvenes de
la parroquia se animen a mirar a los ojos a Jesucristo, quien los llamará vivir
la más apasionante de todas las aventuras: la de dejarlo todo para seguirlo a
Él. Muchas gracias por su cariño y el gran apoyo que le brindan a su párroco,
el P. Agustín ■
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