Hace dos domingos, como muchos vieron, tuvimos en la parroquia la celebración del Sacramento de la Confirmación. Presidió la santa Misa, Mons. John Yanta, obispo emérito de Amarillo, TX. Mientras nos hablaba en la homilía, yo pensaba en la sucesión apostólica, de la que él es depositario. La expresión sucesión apostólica significa que los Apóstoles no constituyen en la historia de la Iglesia una figura o institución aislada, propia de la primera época del cristianismo, sino que, por voluntad de Cristo, estaban destinados a tener sucesores: los obispos, sucesores de los Apóstoles y el Papa, sucesor de S. Pedro. Hay en los Apóstoles algo único e irrepetible: el haber convivido con Cristo durante su vida terrena y haber sido testigos de su Resurrección y haber sido constituidos en primer eslabón que, con una especialísima asistencia del Espíritu Santo, transmite la Revelación a la comunidad cristiana. Nada impide que la misión confiada a los Apóstoles pueda ser transmitida a otras personas que les sucedan; más aún, en esa misión está implícita su transmisión. Esas personas, obviamente, no serán Apóstoles, en el sentido preciso que el término tiene en el Nuevo Testamento, sino sucesores de ellos. Al hablar de sucesión apostólica se alude a la pervivencia del poder de predicar y de administrar los sacramentos. La idea de sucesión apostólica implica, pues, en primer lugar, la pervivencia de una misión. Pero indica algo más: que esa misión pervive a través de una transmisión realizada de persona a persona, de modo que cabe trazar una línea histórica que une a la Iglesia actual con la apostólica. La Iglesia es por eso apostólica no sólo porque en ella pervive la doctrina y la praxis de los Apóstoles, sino por una apostolicidad de sucesión, es decir, porque se ha dado -como consecuencia de la voluntad fundacional de Cristo y de la asistencia del Espíritu Santo- una ininterrumpida sucesión de pastores y maestros, Bishop Yanta es uno de ésos sucesores ¡Oremos por él! ■ P. Agustín, Párroco.
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