Queridos hermanos y hermanas en
el Señor, hace unos pocos días el Papa Francisco canonizó a una religiosa
mexicana, la Madre Guadalupe García Zavala, y en su homilía nos regaló unas
ideas para meditar: «Cuánto daño hace la vida cómoda, el bienestar; el aburguesamiento
del corazón nos paraliza. Madre Lupita se arrodillaba en el suelo del hospital
ante los enfermos y ante los abandonados para servirles con ternura y
compasión. Y esto se llama tocar la carne de Cristo. Los pobres, los
abandonados, los enfermos, los marginados son la carne de Cristo. Y Madre
Lupita tocaba la carne de Cristo y nos enseñaba esta conducta: no
avergonzarnos, no tener miedo, no tener repugnancia a tocar la carne de Cristo.
Hoy sus hijas espirituales buscan reflejar el amor de Dios en las obras de
caridad, sin ahorrar sacrificios y afrontando con mansedumbre, con constancia
apostólica, soportando con valentía cualquier obstáculo. Esta nueva santa
mexicana nos invita a amar como Jesús nos ha amado, y esto conlleva no
encerrarse en uno mismo, en los propios problemas, en las propias ideas, en los
propios intereses, en ese pequeño mundito que nos hace tanto daño, sino salir e
ir al encuentro de quien tiene necesidad de atención, compresión y ayuda, para
llevarle la cálida cercanía del amor de Dios, a través de gestos concretos de
delicadeza, de afecto sincero y de amor. Fidelidad a Jesucristo y a su
Evangelio, para anunciarlo con la palabra y con la vida, dando testimonio del
amor de Dios con nuestro amor, con nuestra caridad hacia todos: los santos que
hemos proclamado hoy son ejemplos luminosos de esto, y esto nos ofrecen sus
enseñanzas, pero también cuestionan nuestra vida de cristianos: ¿Cómo es mi
fidelidad al Señor? Llevemos con nosotros esta pregunta para pensarla durante
la jornada: ¿Cómo es mi fidelidad a Cristo? ¿Soy capaz de «hacer ver» mi fe con
respeto, pero también con valentía? ¿Estoy atento a los otros? ¿Me percato del
que padece necesidad? ¿Veo a los demás como hermanos y hermanas a los que debo
amar? Por intercesión de la Santísima Virgen María y de los nuevos santos,
pidamos que el Señor colme nuestra vida con la alegría de su amor. Así sea».
Nada más qué añadir y sí muchas cosas qué pensar y qué cambiar ■
P. Agustin, párroco.
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