sábado, 30 de marzo de 2013

Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor (2013)


Mis queridos hermanos en Cristo, hoy, Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, yo quisiera que nos detuviésemos en algunas partes de el Pregón Pascual, ese maravilloso cántico que escuchamos anoche durante la Vigilia Pascual. Y quisiera que lo hagamos –que lo leamos- con ojos llenos de luz, con ojos llenos de fe, con entusiasmo y con alegría, la alegría que nos da el saber que un año más el Padre del Cielo nos ha permitido celebrar los misterios de la muerte y resurrección de su Hijo y que por lo tanto podemos alcanzar la salvación que nos prometió cuando llegó la plenitud de los tiempos, «cuando envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (...) para que recibiéramos la filiación adoptiva»[1]. P. Agustín, párroco.

Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas anuncien la salvación.
Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que, radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que cubría el orbe entero.

Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.

Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.¿De qué nos serviría haber nacido si no hubiéramos sido rescatados?

¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!

Necesario fue el pecado de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo ¡Feliz la culpa que mereció tal Redentor!

Te rogarnos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén.




[1] Gal 4, 4. 

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