Mis queridos hermanos en
Cristo, hoy, Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor, yo quisiera que
nos detuviésemos en algunas partes de el Pregón
Pascual, ese maravilloso cántico que escuchamos anoche durante la Vigilia
Pascual. Y quisiera que lo hagamos –que lo leamos- con ojos llenos de luz, con
ojos llenos de fe, con entusiasmo y con alegría, la alegría que nos da el saber
que un año más el Padre del Cielo nos ha permitido celebrar los misterios de la
muerte y resurrección de su Hijo y que por lo tanto podemos alcanzar la
salvación que nos prometió cuando llegó la plenitud de los tiempos, «cuando
envió Dios a su Hijo, nacido de mujer (...) para que recibiéramos la filiación
adoptiva»[1].
■ P. Agustín, párroco.
Exulten por fin los coros de los ángeles, exulten las
jerarquías del cielo, y por la victoria de Rey tan poderoso que las trompetas
anuncien la salvación.
Goce también la tierra, inundada de tanta claridad, y que,
radiante con el fulgor del Rey eterno, se sienta libre de la tiniebla que
cubría el orbe entero.
Alégrese también nuestra madre la Iglesia, revestida de luz
tan brillante; resuene este templo con las aclamaciones del pueblo.
Ésta es la noche en que, rotas las cadenas de la muerte, Cristo
asciende victorioso del abismo.¿De qué nos serviría haber nacido si no
hubiéramos sido rescatados?
¡Qué asombroso beneficio de tu amor por nosotros! ¡Qué
incomparable ternura y caridad! ¡Para rescatar al esclavo, entregaste al Hijo!
Necesario fue el pecado
de Adán, que ha sido borrado por la muerte de Cristo ¡Feliz la culpa que
mereció tal Redentor!
Te rogarnos, Señor, que este cirio, consagrado a tu nombre, arda
sin apagarse para destruir la oscuridad de esta noche, y, como ofrenda
agradable,
se asocie a las lumbreras del cielo. Que el lucero matinal lo
encuentre ardiendo, ese lucero que no conoce ocaso y es Cristo, tu Hijo
resucitado, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano, y
vive y reina glorioso por los siglos de los siglos. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario