Y dejas Pastor santo,
tu grey en este valle hondo,
obscuro,
con soledad y llanto;
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?
Los antes bienhadados
y los agora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de ti desposeídos,
¿a dónde convertirán ya sus
sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la
hermosura,
que no les sea enojos?
Quien oyó tu dulzura,
¿qué no tendrá por sordo y
desventura?
A
aqueste mar turbado,
¿quién le pondrá ya freno?
¿Quién concierto al viento fiero,
airado, estando tú encubierto?
¿Qué norte guiará la nave al
puerto?
¡Ay! Nube envidiosa
aun de este breve gozo, ¿qué te
quejas? ¿Dónde vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ¡ay!,
nos dejas!
Tú llevas el tesoro
que sólo a nuestra vida
enriquecía,
que desterraba el lloro,
que nos resplandecía
mil veces más que el puro y claro
día.
¿Qué lazo de diamante,
¡ay, alma!, te detiene y encadena
a no seguir tu amante?
¡Ay! Rompe y sal de pena,
colócate ya libre en luz serena.
¿Que temes la salida?
¿Podrá el terreno amor más que la
ausencia de tu querer y vida?
Sin cuerpo no es violencia
vivir; más es sin Cristo y su
presencia.
Dulce Señor y amigo,
dulce padre y hermano, dulce
esposo,
en pos de ti yo sigo:
o puesto en tenebroso
o puesto en lugar claro y
glorioso ■
Fray Luis de León (1527-1591)
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