Queridos amigos la conmemoración de
los Fieles Difuntos nos dicen que solamente quien puede reconocer una gran
esperanza en la muerte, puede también vivir una vida a partir de la esperanza.
Si reducimos al hombre exclusivamente a su dimensión horizontal, a lo que se
puede percibir empíricamente, la propia vida pierde su sentido profundo. El hombre necesita de la eternidad, y
cualquier otra esperanza para él es demasiado breve, demasiado limitada. El
hombre puede explicarse sólo si existe un Amor que supera todo aislamiento, también
el de la muerte, en una totalidad que trascienda también el espacio y el
tiempo. El hombre se puede explicar,
encuentra su sentido más profundo, sólo si existe Dios. Y nosotros sabemos
que Dios se ha hecho cercano, ha entrado en nuestra vida y nos dice: Yo soy la Resurrección y la Vida. El que
cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá
jamás[1].
Pensemos un momento en la escena del Calvario y volvamos a escuchar las
palabras de Jesús, desde los alto de la Cruz, dirigidas al crucificado a su
derecha: En verdad te digo, hoy estarás
conmigo en el Paraíso[2].
Pensemos en los dos discípulos camino de Emaús, cuando después de haber
recorrido un tramo con Jesús Resucitado, lo reconocen y parten sin dudar hacia
Jerusalén, para anunciar la Resurrección del Señor[3].
Dios se ha mostrado verdaderamente, se ha hecho accesible, ha amado tanto al
mundo que nos ha dado a su hijo
Unigénito, para que quien cree en Él no se pierda sino que tenga vida eterna[4].
Cristo nos sostiene a través de la noche de la muerte que Él mismo ha
atravesado; es el buen Pastor, bajo cuya guía nos podemos confiar sin temor, ya
que Él conoce bien el camino, ha atravesado también la oscuridad. Cada domingo,
recitando el Credo, reafirmamos esta verdad y renovamos nuestra fe en la vida
eterna. La fe en la vida eterna da al cristiano el valor para amar aún más
intensamente esta tierra nuestra y trabajar para construirle un futuro, para
darle una esperanza verdadera y segura»[5] ■ P. Agustín, Párroco.
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