A lo largo de éste mes de Noviembre la pregunta viene muchas veces a nuestra
mente y a nuestro corazón: ¿Por qué dedica la Iglesia todo éste mes a la oración
por los difuntos? Y la respuesta viene –maravillosa- de nuestro Santo Padre el
Papa Benedicto XVI: «La Iglesia hoy nos invita a conmemorar a todos los
fieles difuntos, a dirigir nuestra mirada a tantos rostros que nos han
precedido y han concluido su camino terrenal. En estos días vamos al cementerio
para rezar por las personas queridas que nos han dejado, casi una visita para
expresar, una vez más, nuestro afecto, para sentirlos cercanos, recordando
también, de este modo, un artículo del Credo: en la comunión de los santos hay
un vínculo estrecho entre los que caminamos todavía en esta tierra y los muchos
hermanos y hermanas que ya han alcanzado la eternidad. Desde siempre, el hombre
se ha preocupado por sus muertos y ha intentado darles una especie de segunda
vida a través de la atención, el cuidado, el afecto. En un cierto sentido, se
quiere conservar su experiencia de vida; y, paradójicamente, el modo en que
vivieron, lo que amaron, lo que temieron, lo que esperaron y lo que detestaron,
lo descubrimos precisamente por sus tumbas, ante las cuales se agolpan los
recuerdos. Son casi como un espejo de su mundo. ¿Por qué es así? Porque, a
pesar de que la muerte sea un tema casi prohibido en nuestra sociedad, y se
pretenda continuamente quitar de nuestra mente el solo pensamiento de la
muerte, ésta nos afecta a cada uno de nosotros, afecta al hombre de todo tiempo
y de todo lugar. Ante este misterio todos, incluso inconscientemente, buscamos
algo que nos invite a esperar, una señal que nos dé consuelo, que se abra algún
horizonte, que ofrezca aún un futuro. El
camino de la muerte, en realidad, es
un camino de esperanza, y recorrer nuestros cementerios, como también leer las
inscripciones sobre las tumbas, es llevar a cabo un camino marcado por la
esperanza de eternidad»[1]. Pongamos atención a la
voz del Papa ■ P. Agustín, Párroco.
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