Queridos hermanos y hermanas: La
vida es más fuerte que la muerte. El bien es más fuerte que el mal. El amor es
más fuerte que el odio. La verdad es más fuerte que la mentira. La oscuridad de
los días pasados se disipa cuando Jesús resurge de la tumba y se hace él mismo
luz pura de Dios. Pero esto no se refiere solamente a él, ni se refiere
únicamente a la oscuridad de aquellos días. Con la resurrección de Jesús, la
luz misma vuelve a ser creada. Él nos lleva a todos tras él a la vida nueva de
la resurrección, y vence toda forma de oscuridad. Él es el nuevo día de Dios,
que vale para todos nosotros. Pero, ¿cómo puede suceder esto? ¿Cómo puede
llegar todo esto a nosotros sin que se quede sólo en palabras sino que sea una
realidad en la que estamos inmersos? Por el sacramento del bautismo y la
profesión de la fe, el Señor ha construido un puente para nosotros, a través
del cual el nuevo día viene a nosotros. En el bautismo, el Señor dice a aquel
que lo recibe: Fiat lux, que exista
la luz. El nuevo día, el día de la vida indestructible llega también para
nosotros. Cristo nos toma de la mano. A partir de ahora él te apoyará y así
entrarás en la luz, en la vida verdadera (…). A dónde va nuestra propia vida.
Qué es el bien y qué es el mal. La oscuridad acerca de Dios y sus valores son
la verdadera amenaza para nuestra existencia y para el mundo en general. Si
Dios y los valores, la diferencia entre el bien y el mal, permanecen en la
oscuridad, entonces todas las otras iluminaciones que nos dan un poder tan
increíble, no son sólo progreso, sino que son al mismo tiempo también amenazas
que nos ponen en peligro, a nosotros y al mundo. Hoy podemos iluminar nuestras
ciudades de manera tan deslumbrante que ya no pueden verse las estrellas del
cielo. ¿Acaso no es esta una imagen de la problemática de nuestro ser
ilustrado? En las cosas materiales, sabemos y podemos tanto, pero lo que va más
allá de esto, Dios y el bien, ya no lo conseguimos identificar. Por eso la fe,
que nos muestra la luz de Dios, es la verdadera iluminación, es una irrupción
de la luz de Dios en nuestro mundo, una apertura de nuestros ojos a la
verdadera luz ■
Benedicto XVI, homilía en la Vigilia Pascual. Basilica Vaticana, Roma. Abril 7 del 2012.
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