En aquellos días, María se levantó, y
marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en casa de Zacarías
y saludó a Isabel. La Virgen se da del todo a lo que Dios le pide. En un momento sus
planes personales –los tendría– quedan en un rincón para hacer lo que Dios le
propone. No puso excusas. Desde el primer momento, Jesús es el ideal único y
grandioso para el que vive. Nuestra Señora manifestó una generosidad sin límites a lo largo de toda su existencia aquí en la
tierra. De los pocos pasajes del Evangelio que se refieren a su vida, dos de
ellos nos hablan directamente de su atención a los demás: fue generosa con su
tiempo para atender a su prima Santa Isabel hasta que nació Juan; estuvo
preocupada por el bienestar de los demás, como nos muestra su intervención en
las bodas de Caná. Fueron actitudes habituales en Ella. La Virgen no piensa en
sí misma, sino en los demás. Trabaja en las faenas de la casa con la mayor
sencillez y con mucha alegría; también con gran recogimiento interior, porque
sabe que el Señor está en Ella. Todo queda santificado en la casa de Isabel por
la presencia de la Virgen y del Niño que va en su seno. En María comprobamos
que la generosidad es la virtud de las almas grandes, que saben encontrar la
mejor retribución en el haber dado: habéis recibido gratis, dad gratis[1].
La persona generosa sabe dar cariño, comprensión, ayudas materiales, y no exige
que la quieran, la comprendan, la ayuden. Da, y se olvida de que ha dado. Ha
comprendido que es mejor dar que recibir[2].
Escribo todo esto por dos motivos.
El primero: para honrar a nuestra
Madre bendita en éste alegre día de la Pascua, y el segundo: para agradecer a todos los que de una forma u otra nos
echaron una mano en la organización de la Semana Santa que ya termina, de
manera especial a aquellos que con tanto cariño prepararon el Monumento para reservar
el Santísimo Sacramento en la noche del Jueves Santo. Estoy convencido –y muy
agradecido con Dios- por el espíritu de servicio tan grande que hay en nuestra
comunidad parroquial. Que Dios nos conserve así por siempre. Felices Pascuas
para todos y cada uno con mi más cariñosa bendición ■ P. Agustín, Párroco.
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