viernes, 20 de mayo de 2011

Domingo V de Pascua. Ciclo A (22-V-2011)

Con el avance del tiempo pascual vamos siendo testigos del crecimiento de la Iglesia y percibimos, de igual manera, las distintas facetas e implicaciones de la Resurrección del Señor y su nueva presencia en medio de los suyos. La comunidad cristiana, en su diversidad, es el testimonio más palpable de la riqueza de los dones del Espíritu que Dios da a cada uno para el enriquecimiento de todos; ello nos hace entonar un canto nuevo para el Señor que ha hecho maravillas y revela su salvación por todas las naciones (cf. antífona de entrada).

Hoy la liturgia nos hace una llamada a considerar, una vez más, que Cristo Resucitado es el único cimiento de la Iglesia, es la piedra angular (segunda lectura), es decir, aquella sin la cual la construcción se iría a la ruina y, al mismo tiempo, aquella que da consistencia a todas las demás. De esta forma, la comunidad cristiana se define como losredimidos y convertidos en hijos de Dios por la Pascua del Señor y que aún esperan la plena libertad y la herencia eterna(oración colecta).

Su aceptación o rechazo es el acto de mayor trascendencia que el hombre puede hacer en este vida, pues significatropezar y estrellarse o ser miembro del pueblo elegido y no quedar defraudado (segunda lectura). En la misma línea podemos entender la alegoría de la vid, recordada hoy en la antífona de comunión. Ella nos insiste en lo que es esencial en la vida del creyente: su unión con el Señor para poder dar un fruto que merezca la pena.

También el Evangelio nos habla sobre quién es Cristo. Esta vez de sus propios labios escuchamos lo que nos dice de sí mismo. Él, que es el camino, la verdad y la vida, quiere que sus discípulos participen de su vida –«os llevaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros»– y hace una llamada urgente a la fe; es decir, a aceptarle y a aceptar a quien él revela: al Padre.

Si el Señor es el camino, la verdad, la vida, la piedra angular, la vid para la Iglesia, cada creyente en particular también tiene un papel activo y una responsabilidad ineludible en su relación con Dios y dentro de la comunidad. San Pedro aplica a la Iglesia las glorias más importantes del antiguo pueblo de Dios pero ahora extendido a todos los miembros del nuevo pueblo: raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido (segunda lectura); además recurre también a la imagen de la construcción para explicar este aspecto cada uno, pidiendo que sea una piedra viva que contribuye en la construcción del templo de Dios.

Esta profunda realidad eclesial está plasmada en la elección, consagración y misión de los siete. Ante nuevas necesidades de la Iglesia, estas siete «piedras», por la acción del Espíritu y el mandato de los apóstoles, colaboran en la construcción y posibilitan que la palabra de Dios cundiera y creciera mucho el número de discípulos (cf. primera lectura).

La Misa es la expresión más perfecta de la realidad de la Iglesia; en ella los cristianos tenemos el alimento necesario para que seamos manifestación y testimonio de lo que somos (oración sobre las ofrendas) anticipando ya en nuestro tiempo presente la novedad de la vida nueva que nos ha alcanzado Jesucristo liberándonos de nuestra antigua vida de pecado (oración después de la comunión) 

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