Otro tema importante en la educación de los hijos es la educación de las
emociones, de la afectividad, del corazón. Es tarea de los papás, con la ayuda
de Dios y de la Iglesia, el hacer en los hijos un corazón grande, capaz de amar
de verdad a Dios y a los hombres, capaz de sentir las preocupaciones de los que
nos rodean, saber perdonar y comprender. Si los hijos se ven queridos
incondicionalmente todos los días, si aprecian que obrar bien es motivo de
alegría para sus padres, y que sus errores no llevan a que se les retire la
confianza, si se les facilita la sinceridad y que manifiesten sus emociones…
crecen con un clima interior habitual de orden y sosiego, donde predominan los
sentimientos positivos: comprensión, alegría, confianza. Nada ayuda más a que en
los hijos los afectos maduren que dejar el corazón en el Señor y en el
cumplimiento de su voluntad, por eso es bueno ayudarlos a luchar contra la
vanidad, moderar el apetito en las
comidas, ser pacientes con todos. Para todo esto la amistad con el Señor Jesús es
el mejor lugar. Enseñar a los hijos desde pequeños a querer a Jesús y a su
Madre con el mismo corazón y manifestaciones de cariño con que quieren a sus
padres en la tierra favorece, en la medida de su edad, que descubran la
verdadera grandeza de sus afectos y que el Señor se introduzca en sus almas. Un
corazón que guarda su integridad para Dios, se posee entero y es capaz de
donarse totalmente, primero a la familia –papás y hermanos-, luego a los amigos
o compañeros de trabajo, y después al hombre o a la mujer que se elijan entre
los demás para formar una nueva familia. Educar a los hijos produce muchas
satisfacciones, pero también sinsabores y preocupaciones no pequeñas. No hay
que dejarse llevar por sentimientos de fracaso, pase lo que pase. Al contrario,
con optimismo, con fe y con esperanza, se puede recomenzar siempre. Ningún
esfuerzo será vano, aunque pueda parecer que llega tarde o no se vean los
resultados. La paternidad y la maternidad no terminan nunca. Los hijos están
siempre necesitados de la oración y del cariño de sus padres, también cuando ya
son independientes. La Virgen no abandonó a Jesús en el Calvario. Su ejemplo de
entrega y sacrificio hasta el final puede iluminar esta apasionante tarea que
Dios encomienda a las madres y a los padres. Educar para la vida: tarea de amor
■ P. Agustín
No hay comentarios:
Publicar un comentario