Con la celebración de la Misa Vespertina de la Cena del Señor la Iglesia da comienzo al Sagrado Triduo Pascual. En él se conmemoran los misterios de la pasión muerte y resurrección del Señor, misterios redentores que se actualizan en cada celebración eucarística (cf. oración sobre las ofrendas). La Misa de hoy constituye el preámbulo necesario con que recordamos aquella última cena del Señor en la que anticipó su entrega en la cruz y al mismo tiempo entregó a los apóstoles el mandato del amor fraterno y el mandato de repetir sus mismos gestos en memoria suya, instituyendo así el sacerdocio ministerial.
Estos tres aspectos deben vertebran la celebración y deben ponerse de relieve; así dice la «Carta circular sobre la preparación y celebración de las fiestas pascuales» (Congregación para el Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, año 1988) a propósito de este día: «Toda la atención del espíritu debe centrarse en los misterios que se recuerdan en la Misa: es decir, la institución de la Eucaristía, la institución del Orden sacerdotal, y el mandamiento del Señor sobre la caridad fraterna» (nº 45).
Estos tres misterios se encuentran reflejados en la palabra de Dios y en la eucología. La celebración de la Eucaristía no es iniciativa de la Iglesia sino respuesta y fidelidad al mandato del Señor en la cena con los apóstoles que les dijo: «haced esto en memoria mía». San Pablo, en la primera carta a los Corintios, narra la institución de la Eucaristía para justificarla como perteneciente al patrimonio espiritual de la comunidad cristiana: «Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido» y como estadio de espera hasta el regreso del Señor (segunda lectura). Desde aquella Cena, la Misa es banquete del amor de Dios y sacrificio de la Alianza eterna (oración colecta), pues en ella se inmola la carne de Cristo y se derrama su sangre para fortalecernos y purificarnos (prefacio).Necesariamente unido a este misterio tenemos que contemplar la institución del Orden Sacerdotal; pues, al entregar en el cenáculo su cuerpo y su sangre en el pan y el vino como anticipo del su entrega en la cruz, entrega también a los apóstoles el mandato y la posibilidad de repetirlo.
Al concluir la celebración tiene lugar el traslado del Santísimo Sacramento al lugar de la adoración donde se depositará en un sagrario o urna. En los momentos de oración y adoración deberá destacarse la vinculación entre la Eucaristía y la entrega sacrificial del Señor en la cruz.
No podemos olvidar, al fin, el gesto de Cristo de lavar los pies a sus discípulos (Evangelio). Con él, mostró su amor sincero y efectivo por los hombres. Este gesto, repetido ritualmente por el presidente de la celebración, nos llama a los cristianos a un amor y servicio sinceros por todos los hombres siguiendo el ejemplo del Maestro; amor que nace de la Eucaristía, «sacramento del amor».
En el común sentir de los cristianos está la conciencia –como es en verdad– de que se trata de una de las Misas más destacas del año litúrgico; a ella asisten un gran número de fieles. Es por ello, que habrá que cuidar especialmente su preparación y aprovechar los elementos propios en orden a conseguir que en ella se exprese con brillantez y dignidad el contenido de fe que celebramos y, al mismo tiempo, se consiga una verdadera participación litúrgica de la asamblea que conduzca a la oración y el encuentro con el Señor.
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