Para comprender correctamente la celebración de hoy debemos, en primer lugar, considerar el «título» completo del presente domingo. En nuestro lenguaje espontáneo y en el sentir común de la mayoría de las personas, hoy es el «Domingo de ramos»; pero nos olvidamos que el sentido pleno de la celebración queda expresado cuando afirmamos igualmente «en la pasión del Señor». Si damos una mirada rápida por la palabra de Dios y por las oraciones que se proclaman, inmediatamente podemos tomar conciencia de lo que queremos decir. En efecto, en la celebración de este domingo se pueden percibir claramente dos tonos: el sentido de una auténtica fiesta que aclama a Cristo Rey (tal y como viene expresado en uno de los himnos que sugiere el Misa Romano para la procesión con las palmas y en la antífona de entrada) y el dramatismo del proceso, pasión y cruz del Señor; el punto de inflexión se encuentra en la oración colecta donde se nos anuncia ya todo el misterio pascual: anonadamiento, muerte en la cruz y resurrección del Redentor. Con la procesión de las palmas, como con todas las que se realizan durante el año litúrgico, se expresa la conciencia que los creyentes tenemos de ser peregrinos hacia la Patria definitiva que no es de este mundo y que se realiza simbólicamente con la entrada en la Iglesia donde se va a celebrar la Misa. Así se señala en la primera oración para la bendición de los ramos: «Concédenos con Él (Cristo) entrar en la Jerusalén del Cielo». Pero, en esta ocasión, se añaden además otros dos aspectos novedosos: con esta procesión se reproduce ritualmente aquella entrada de Cristo en Jerusalén rodeado de gritos de júbilo y los creyentes imitamos a aquellos que alfombraban las calles con ramas de árboles (cf. Evangelio de la entrada del Señor). Aunque pueda parecer anecdótico, no quisiera dejar de mencionar las referencias constantes a los «niños hebreos» en los cantos del Misal para la procesión. Los niños han gozado del privilegio de entrar en estos textos litúrgicos por ser los prototipos de los que son inocentes, sencillos e ilusionados. A ser como ellos nos llama el Señor (Lc 19,14) y también los textos de este día: «¡Gritad Hosanna, y haceos como los niños hebreos al paso del Redentor!» (Himno a Cristo Rey). La procesión de este día, como podemos ver, tiene un contenido espiritual y litúrgico que deberíamos poner de relieve y no dejarlo pasar por alto. Con la oración colecta da comienzo la Misa de la Pasión. Como hemos dicho cambia totalmente el tono de la celebración: lo festivo y jubiloso se muda en la gravedad del sufrimiento de Cristo. La liturgia de la palabra llega a toda su intensidad en la lectura del largo texto evangélico de la Pasión. Allí recibe pleno sentido el anuncio del sufrimiento del Siervo de Yahvé (primera lectura) y la descripción paulina del anonadamiento del Señor que comenzó con la encarnación y llegó a su máxima realización cuando el Salvador recibe de los hombres la muerte, y muerte de cruz. Así se intercambian elinocente y el criminal; la muerte y la vida; y la culpa y la justificación (cf. prefacio) de manera que Cristo ha borrado por su cruz nuestros pecados (cf. oración sobre las ofrendas) y nos ha dado la esperanza de la resurrección (cf. oración después de la comunión)■
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