Mis queridos hermanos y hermanas, el próximo martes 14 de septiembre celebraremos con la liturgia de la Iglesia la hermosa y entrañable fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Al día siguiente celebraremos la fiesta de la Nuestra Señora de los Dolores. En ambas celebraciones recordamos los sufrimientos por los que María pasó a lo largo de su vida por haber aceptado ser la Madre del Salvador. Ese día acompañamos a la Virgen santísima en su experiencia de profundo dolor, el dolor de una madre que ve a su amado Hijo incomprendido, acusado, abandonado por los apóstoles, flagelado, coronado con espinas, escupido, caminando descalzo debajo de un madero astilloso y muy pesado hacia el Calvario donde finalmente presenció la agonía de su muerte en una cruz, clavado de pies y manos. La fiesta nos ayuda a no olvidar que la Virgen saca su fortaleza del silencio y la oración y de la confianza en que la Voluntad de Dios es lo mejor. Es ella, María, quien, con su compañía, su fortaleza y su fe, nos da fuerza en los momentos de dolor, en los sufrimientos diarios. En éste mes de Septiembre en que la liturgia nos presenta a Jesús en la cruz y a su Madre al pie, pidamos con fe y confianza la gracia de sufrir unidos a Jesucristo, en nuestro corazón, para así unir los sacrificios de nuestra vida a los de Ella y comprender que, en el dolor, somos más parecidos a Cristo y somos capaces de amarlo con mayor intensidad. La Virgen Dolorosa nos enseña a tener fortaleza ante los sufrimientos de la vida. Encontremos en Ella una compañía y una fuerza para dar sentido a los propios sufrimientos. Algunos dirán que Dios no es bueno porque permite el dolor y el sufrimiento en las personas. El sufrimiento humano es parte de la naturaleza del hombre, es algo inevitable en la vida, y Jesús nos ha enseñado, con su propio sufrimiento, que el dolor tiene valor de salvación. Lo importante es el sentido que nosotros le demos. Debemos ser fuertes ante el dolor y ofrecerlo a Dios por la salvación de las almas.
Pidamos también a lo largo de éstos días la paz y la armonía para nuestro México querido tan golpeado por la violencia y la tragedia. En familia y con el Santo Rosario, pidamos confiadamente la paz para los gobernantes y ciudadanos, paz para la Iglesia y para toda la sociedad, paz que debemos empezar a construir en nuestros corazones y en nuestros hogares a través de la oración y del amor por la Eucaristía y la Santísima Virgen ■ Fr. Agustín, párroco.
No hay comentarios:
Publicar un comentario