Queridos hermanos y hermanas, el mes de Octubre lo dedica la Iglesia Católica de los Estados Unidos a orar de una manera especia por la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, por eso quiero dedicar todos los Pastor’s Bench de éste mes a éste importante tema, comenzando por la Eutanasia.
La vida humana es el fundamento de todos los bienes, la fuente y condición necesaria de toda actividad humana y de toda convivencia social. Si la mayor parte de los hombres creen que la vida tiene un carácter sagrado, los creyentes vemos a la vez en ella un don del amor de Dios, don que hemos de conservar y hacer fructificar. De esta última consideración brotan las siguientes consecuencias: 1. Nadie puede atentar contra la vida de un hombre inocente sin oponerse al amor de Dios hacia él, sin violar un derecho fundamental, irrenunciable e inalienable, sin cometer, por ello, un crimen de extrema gravedad. 2. Todo hombre tiene el deber de conformar su vida con el designio de Dios. La vida le ha sido encomendada como un bien que debe dar sus frutos ya aquí en la tierra pero que encuentra su plena perfección solamente en la vida eterna. 3. La muerte voluntaria o sea el suicidio es, por consiguiente, tan inaceptable como el homicidio; semejante acción constituye en efecto, por parte del hombre, el rechazo de la soberanía de Dios y de su designio de amor. Además, el suicidio es a menudo un rechazo del amor hacia sí mismo, una negación de la natural aspiración a la vida, una renuncia frente a los deberes de justicia y caridad hacia el prójimo. El Catecismo de la Iglesia Catolica nos enseña: “Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente reprobable. Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de proscribir y excluir siempre”[1].
Como cristianos tenemos la obligación de ayudar a bien morir a nuestros hermanos, a procurarles los auxilios necesarios con paciencia y caridad, a llevarles un sacerdote para que se pongan en paz con Dios a través de la Confesón y la Unción de los enfermos. Debemos también hablarles a los niños con naturalidad de la muerte –la hermana muerte, como solía decir San Francisco de Asís- para que se vayan preparando durante el camino de la vida. Entre todos hemos de construir una cultura de la vida. Éste mes de Octubre –mes dedicado también a la Virgen del Rosario- es una buena oportunidad. Remos juntos por ésta intención ■ P. Agustin, Párroco.