sábado, 2 de febrero de 2013

Fiesta de la Presentación del Señor en el templo

Aunque la fiesta de la Presentación del Señor en el templo, queridos hermanos, cae fuera del tiempo de navidad, es una parte integrante del relato de navidad, es, digámoslo así, como una chispa de fuego de navidad. Es, pues, una fiesta antiquísima y de origen oriental. La Iglesia de Jerusalén la celebraba ya en el siglo IV. Se celebraba allí a los cuarenta días de la fiesta de la epifanía, el 14 de febrero. La peregrina Eteria, que cuenta esto en su famoso diario, añade el interesante comentario de que se "celebraba con el mayor gozo, como si fuera la pascua misma"'. Desde Jerusalén, la fiesta se propagó a otras iglesias de Oriente y de Occidente. En el siglo VII, si no antes, había sido introducida en Roma. Se asoció con esta fiesta una procesión de las candelas o velas. La Iglesia romana celebraba la fiesta cuarenta días después de navidad. Entre las iglesias orientales se conocía esta fiesta como "La fiesta del Encuentro" (en griego, Hypapante), nombre muy significativo y expresivo, que destaca un aspecto fundamental de la fiesta: el encuentro del Ungido de Dios con su pueblo. San Lucas narra el hecho en el capítulo 2 de su evangelio:  obedeciendo a la ley mosaica, los padres de Jesús llevaron a su hijo al templo cuarenta días después de su nacimiento para presentarlo al Señor y hacer una ofrenda por él. Así, con ésta fiesta, los cristianos tenemos aquí una clara y fuerte llamada a asumir nuestros compromisos de fe, a llevar, a presentar a Jesús a los demás, como María y José, sabiendo que Él es salvación, luz y paz para todos. Compromiso de recibir a Jesús en nuestras vidas con la alegría y la esperanza con que lo recibieron Simeón y Ana, aunque recibirlo nos cueste deponer el orgullo, vencer el egoísmo, abrirnos al amor y a la misericordia de las que Jesús es portador. Hoy giremos nuestros ojos hacia este hombre joven que es Dios, pero quien pasó treinta anos bajo la sumisión de sus padres, José y María. Así, si humildemente se lo pedimos, él nos dará su gracia, la gracia de creer verdaderamente que él es único Todopoderoso, que él puede hacer cualquier cosa, que, a través de su Espíritu, él, la Palabra de Dios, puede hablarnos P. Agustín, párroco. 

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