Queridos hermanos en el Señor, antes de
las celebraciones de la Navidad y con motivo del Año de la Fe, empezamos a leer
en éstas ediciones de nuestro Pastor’s
Bench la vida e historia de algunos de los Padres de la Iglesia más
importantes. Me gustaría retomar éstas reflexiones y hoy, en la fiesta del
Bautismo del Señor (comienzo, además, del Tiempo Ordinario), centrar la
atención en la figura del gran San Basilio, quien nació alrededor del año 330
en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima
de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla.
Insatisfecho de sus éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho
tiempo en vanidades, él mismo confiesa:
«Un día, como si despertase de un
sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del
Evangelio..., y lloré por mi miserable vida». Atraído por Cristo, comenzó a
mirarlo y a escucharlo sólo a él. Con determinación se dedicó a la vida
monástica en la oración, en la meditación de las sagradas Escrituras y de los
escritos de los Padres de la Iglesia, y en el ejercicio de la caridad,
siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, la cual ya era
monja. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado
obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía. Con su predicación y sus
escritos realizó una intensa actividad pastoral, teológica y literaria. Con
sabio equilibrio supo unir el servicio a las almas y la entrega a la oración y
a la meditación en la soledad. Aprovechando su experiencia personal, favoreció
la fundación de muchas «fraternidades» o comunidades de cristianos consagrados
a Dios, a las que visitaba con frecuencia. En su amor a Cristo y a su
Evangelio, el gran Padre capadocio trabajó también por sanar las divisiones
dentro de la Iglesia procurando siempre que todos se convirtieran a Cristo y a
su Palabra, fuerza unificadora, a la que
todos los creyentes deben obedecer. En el año 379, san Basilio, sin
cumplir aún cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a
Dios, «con la esperanza de la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor». Fue
un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre
del amor al prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, san
Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos ■ P. Agustín, párroco.
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