viernes, 11 de enero de 2013

En la fiesta del Bautismo del Señor (2013)


File:Basil of Caesarea icon.jpgQueridos hermanos en el Señor, antes de las celebraciones de la Navidad y con motivo del Año de la Fe, empezamos a leer en éstas ediciones de nuestro Pastor’s Bench la vida e historia de algunos de los Padres de la Iglesia más importantes. Me gustaría retomar éstas reflexiones y hoy, en la fiesta del Bautismo del Señor (comienzo, además, del Tiempo Ordinario), centrar la atención en la figura del gran San Basilio, quien nació alrededor del año 330 en una familia de santos, «verdadera Iglesia doméstica», que vivía en un clima de profunda fe. Estudió con los mejores maestros de Atenas y Constantinopla. Insatisfecho de sus éxitos mundanos, al darse cuenta de que había perdido mucho tiempo en vanidades, él mismo confiesa:  «Un día, como si despertase de un sueño profundo, volví mis ojos a la admirable luz de la verdad del Evangelio..., y lloré por mi miserable vida». Atraído por Cristo, comenzó a mirarlo y a escucharlo sólo a él. Con determinación se dedicó a la vida monástica en la oración, en la meditación de las sagradas Escrituras y de los escritos de los Padres de la Iglesia, y en el ejercicio de la caridad, siguiendo también el ejemplo de su hermana, santa Macrina, la cual ya era monja. Después fue ordenado sacerdote y, por último, en el año 370, consagrado obispo de Cesarea de Capadocia, en la actual Turquía. Con su predicación y sus escritos realizó una intensa actividad pastoral, teológica y literaria. Con sabio equilibrio supo unir el servicio a las almas y la entrega a la oración y a la meditación en la soledad. Aprovechando su experiencia personal, favoreció la fundación de muchas «fraternidades» o comunidades de cristianos consagrados a Dios, a las que visitaba con frecuencia. En su amor a Cristo y a su Evangelio, el gran Padre capadocio trabajó también por sanar las divisiones dentro de la Iglesia procurando siempre que todos se convirtieran a Cristo y a su Palabra, fuerza unificadora, a la que  todos los creyentes deben obedecer. En el año 379, san Basilio, sin cumplir aún cincuenta años, agotado por el cansancio y la ascesis, regresó a Dios, «con la esperanza de la vida eterna, por Jesucristo, nuestro Señor». Fue un hombre que vivió verdaderamente con la mirada puesta en Cristo, un hombre del amor al prójimo. Lleno de la esperanza y de la alegría de la fe, san Basilio nos muestra cómo ser realmente cristianos P. Agustín, párroco. 

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