Queridos hermanos y hermanas en
el Señor, durante este tiempo especial de purificación que empezamos el próximo
miércoles –Miércoles de Ceniza- los
católicos contamos con una serie de medios concretos que la Iglesia nos propone
y que nos ayudan a vivir la dinámica cuaresmal. Ante todo, la vida de oración,
condición indispensable para el
encuentro con Dios. En la oración, si el creyente ingresa en el diálogo
íntimo con el Señor, deja que la gracia divina penetre su corazón y, a
semejanza de Santa María, se abre la oración del Espíritu cooperando a ella con
su respuesta libre y generosa[1].
También debemos intensificar la escucha
y la meditación atenta a la Palabra de Dios, la asistencia frecuente al
Sacramento de la Reconciliación y la Eucaristía, lo mismo la práctica del
ayuno, según las posibilidades de cada uno. La mortificación y la renuncia en las circunstancias ordinarias de
nuestra vida, también constituyen un medio concreto para vivir el espíritu de
Cuaresma. No se trata tanto de crear ocasiones extraordinarias, sino más bien,
de saber ofrecer aquellas circunstancias cotidianas que nos son molestas, de
aceptar con humildad, gozo y alegría,
los distintos contratiempos que se nos presentan a diario. De la misma manera,
el saber renunciar a ciertas cosas legítimas nos ayuda a vivir el desapego y
desprendimiento. De entre las distintas prácticas cuaresmales que nos propone
la Iglesia, la vivencia de la caridad ocupa un lugar especial. Así nos lo
recuerda San León Magno: "Estos días cuaresmales nos invitan de manera
apremiante al ejercicio de la caridad; si deseamos llegar a la Pascua
santificados en nuestro ser, debemos poner un interés especialísimo en la
adquisición de esta virtud, que contiene en si a las demás y cubre multitud de
pecados". Esta vivencia de la caridad debemos vivirla de manera especial
con aquél a quien tenemos más cerca, en el ambiente concreto en el que nos
movemos. Así, vamos construyendo en el otro "el bien más precioso y
efectivo, que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana"[2].
Pero, Father ¿Cómo vivir la Cuaresma? Bueno, aquí hay algunos puntos muy
sencillos: 1. Arrepintiéndome de mis pecados y confesándome. Pensar en qué me
he apartado de, si realmente estoy arrepentido. Éste es un muy buen momento del
año para llevar a cabo una confesión preparada y de corazón. Revisa los
mandamientos de Dios y de la Iglesia para poder hacer una buena confesión.
Ayúdate de un libro para estructurar tu confesión. Busca el tiempo para
llevarla a cabo. 2. Luchando por cambiar. Analiza tu conducta para conocer en
qué estás fallando. Hazte propósitos para cumplir día con día y revisa en la
noche si lo lograste. Recuerda no ponerte demasiados porque te va a ser muy
difícil cumplirlos todos. Hay que subir las escaleras de un escalón en un escalón,
no se puede subir toda de un brinco. Conoce cuál es tu defecto dominante y haz
un plan para luchar contra éste. Tu plan debe ser realista, práctico y concreto
para poderlo cumplir. 3. Haciendo
sacrificios. La palabra sacrificio viene del latín sacrum-facere, que significa "hacer sagrado". Entonces,
hacer un sacrificio es hacer una cosa sagrada, es decir, ofrecerla a Dios por
amor. Hacer sacrificio es ofrecer a Dios, porque lo amas, cosas que te cuestan
trabajo. Por ejemplo, ser amable con el vecino que no te simpatiza o ayudar a
otro en su trabajo. A cada uno de nosotros hay algo que nos cuesta trabajo
hacer en la vida de todos los días. Si esto se lo ofrecemos a Dios por amor,
estamos haciendo sacrificio. 4. Haciendo
oración. Aprovecha estos días para orar, para platicar con Dios, para
decirle con mucha sencillez que lo quieres y que quieres estar con Él. Te
puedes ayudar de un buen libro de meditación para Cuaresma, de las lecturas de
los domingos, de las oraciones que se usan en la Liturgia de las Horas ¡de
tantas cosas! Te dejo aquí una de las oraciones más bonitas que, por cierto,
tiene la Liturgia de las Horas para que te acompañe a lo largo de éstos 40 días
en que nos preparamos para celebrar con muchísima alegría la Pascua del Señor:
No
me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido, ni me mueve
el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú
me mueves, Señor; muéveme el verte clavado en la Cruz y escarnecido, muéveme
ver tu cuerpo tan herido muévanme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme,
en fin, tu amor, y de tal manera, que aunque no hubiera cielo yo te amara, y
aunque no hubiera infierno, te temiera.
No
me tienes que dar porque te quiera; pues aunque lo que espero no esperara, lo
mismo que te quiero te quisiera.
■ P. Agustín, Párroco.
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