martes, 19 de octubre de 2010

XXX Domingo del Tiempo Ordinario




Entonces ¿aprueba la Iglesia la pena de muerte? Es quizá una pregunta que nos hemos hecho alguna vez. No. La Iglesia no fomenta la pena de muerte, esto se puede ver tanto en su Doctrina, como en sus numerosas intervenciones para evitarla en diversas naciones y salvar así la vida de los condenados. El Catecismo expone, sin embargo, que la enseñanza de la Iglesia no excluye la pena de muerte, cuando ésta es la única solución para colocar al agresor en estado de no poder causar perjuicios y así mantener la perseverancia del bien común. Sin embargo, hoy en día la autoridad pública, tiene suficientes medios incruentos para defender a la sociedad del agresor. Por lo tanto la Iglesia, hace inválida su aplicación[1]. La Iglesia, mediadora entre Dios y los hombres, invita a los gobiernos ha de buscar los medios más adecuados para castigar a los criminales. Con esto la Iglesia va estrechando las posibilidades, hacia una condena cada vez más rotunda de la pena de muerte. Es muy fácil presentar la cuestión de la pena de muerte en forma de "nosotros contra ellos ó “los buenos contra los malos”, como un conflicto entre víctimas inocentes de un asesinato y sus atacantes. A veces los más elocuentes y sinceros oponentes de la pena de muerte son quienes han sufrido más a manos de criminales violentos. Ellos nos urgen a mirar más allá del instinto de venganza, al Dios infinitamente amoroso cuyos hijos todos somos. Al final, el asunto definitivo no es cuán malvadas son las acciones de los criminales, sino cómo debemos responder si queremos llegar a ser una sociedad que reverencia y respeta más completamente la vida humana. La enseñanza católica sobre la pena capital es un oportunidad para examinar nuestras propias actitudes. Mientras que por un lado debemos ser compasivos con las víctimas de crímenes y apoyar la legítima y justa defensa de la sociedad, en Cristo no somos libres para descargar nuestra venganza o nuestro odio en nadie. Y esto incluye a los culpables de un delito criminal. A fin de colaborar con la nueva evangelización en el nuevo milenio, debemos llevar a nuestro corazón las palabras del Señor: misericordia quiero y no sacrificios [2]   P. Agustín, Párroco.



[1] Catecismo de la Iglesia Católica nn. 2266 y 2267
[2] Cfr Mt 9, 13; 11, 29.

No hay comentarios: